24 de febrero de 2011

Sociologia Barata

Los hombres no podemos saber lo que hay detrás de las aficiones de las mujeres
Tuve un profesor de Sociología que ponía el siguiente ejemplo, considerando uno de los mayores enigmas del comportamiento humano. Él había estado de agregado laboral en las embajadas de Japón y Alemania, y se fijó en que, distanciados a miles de kilómetros, los niños de Tokio o de Bonn les daba por jugar a la peonza o a las canicas el mismo día que lo hacían los de Madrid o Socuéllamos. No había ninguna explicación racional para este fenómeno, puesto que hace más de cuarenta años no existía, como ahora, ningún artilugio que comunicara de inmediato las modas. Era como si un impulso cósmico, y sin explicación posible, pusiera a millones de niños a manipular los mismos juguetes y en el mismo instante; algo que recordará el lector de cierta edad que haya jugado en su infancia con chapas, canicas o peonzas, como algo cíclico que se convertía en una moda en cualquier mes del año. Hoy resultaría imposible de comprobar, puesto que la mayoría de los infantes han optado, o los han empujado, a ensanchar las posaderas matando marcianos en una pantalla.
Me pregunto si ha sido también un impulso cósmico el que ha hecho que media población se vista en estas fechas de cintura para abajo como los temibles SS de Adolfo Hitler. Miles de pares de botas de media caña en pantalones ceñidos, semejantes a las de aquellos que entraron en París con uniformes grises, mientras Ingrid Bergman, la de Casablanca, vestía de verde. Observo una foto del periódico en la que se puede ver saliendo del juzgado a una juez y una fiscal acompañadas de sus ayudantes, y tapándoles el busto podrían ser unas piernas que se escaparon de aquellos famosos desfiles de Nuremberg en los años treinta. ¿Quiere decir algo esta moda, que a mí se me antoja como una emulación del paso de la oca? Como respondió aquel mejicano cuando le preguntaron si creía que iba a llover: puede que sí y puede que no, pero lo más cierto es que, ¡quién sabe!
Los hombres, al parecer, no podemos saber lo que hay detrás de esas aficiones de las mujeres a vestirse de guardia pretoriana, porque, como bien dijo Saramago, nosotros para ellas somos transparentes, pero ellas para nosotros son opacas. Si el dedo que te apunta significa el puñal, y los dientes que te enseñan en la disputa son los viejos rescoldos del mono que se defendía a mordiscos, esas botas pueden ser un ejército en ciernes para aplastar de una vez el rayo que no cesa del machismo. Una leva del inconsciente contra la media docena de asesinatos que ya contabiliza este país en lo que va de año. O la respuesta en armas a una justicia de varones, donde los violadores campan a sus anchas y los asesinos de niñas y muchachas juegan al gato y al ratón en los tribunales. Un par de guardias civiles de los de antes descubrirían de inmediato dónde se encuentra el cadáver de Marta del Castillo; y a lo mejor (o a lo peor), es lo que quieren decir (mano dura) esas botas de militar que inundan las calles. Blas de Otero invocaba al ejército azul mahón para acabar con la dictadura. Las botas de media caña y caña entera de las mujeres, deberían uniformar también las conciencias para rubricar al ser humano que fundamenta la vida.
Joaquin Fuentes

No hay comentarios: